Ganadería, ferrerías y bosques
Los claros abiertos junto al conjunto de casas ponen en relieve el pasado ganadero de Riocavado de la Sierra. Se trata de un pequeño municipio entre montañas. La tranquilidad con mayúsculas se encuentra en el perfil de la Sierra proyectado sobre sus casas y en los recorridos que atraviesan los montes cercanos.
También es destacable su iglesia románica, que se incluye entre los monumentos atribuidos a la “Escuela de la Sierra”. Los amantes del arte y la naturaleza no deben perderse una visita a este rincón.
A continuación, se encuentra Barbadillo de Herreros. El río Pedroso llega a este punto con un considerable cauce, y las pozas encajadas entre pequeñas cascadas llaman a darse un baño.
A continuación, se encuentra Barbadillo de Herreros. El río Pedroso llega a este punto con un considerable cauce, y las pozas encajadas entre pequeñas cascadas llaman a darse un baño.
Al entrar en el municipio es evidente su distinción: sus casas blasonadas del s. XVIII pertenecientes a los grandes ganaderos (la Casa Maestrazgo llegó a albergar al Honrado Concejo de la Mesta) son una prueba del auge económico de la localidad en tiempos pasados.
También las minas de hierro y los trabajos de fundición metalúrgica atrajeron a esta zona muchos obreros entre el 1.850 y el 1.950. En su Iglesia de la Visitación, se encuentra una talla renacentista de San Sebastián atribuida a Diego de Siloé.
Algo nos cuentan los nombres, y es el caso de Barbadillo del Pez. Su fama de zona truchera le precede; dicen que hasta los hombres de Fernán González bajaban a pescar en este tramo del río Pedroso.
La estructura del pueblo es en galería, a ambos lados del río, culminando en una pequeña cascada que crea la caída del cauce molinar sobre el Pedroso. Barbadillo del Pez, junto con las localidades de Vallejimeno, Quintanilla Urrilla y Hoyuelos de la Sierra, conforma la Mancomunidad de Trasomo y todos juntos celebran el sábado Anterior al Corpus la tradicional romería a la ermita de Santa María del Rebollar.
Monterrubio de la Demanda era el objetivo de la construcción del ferrocarril minero que hoy es la Vía Verde. Los años de apogeo de la explotación minera y la anterior actividad ganadera configuraron el paisaje actual, un valle abierto
y controlado al pie de la Sierra de la Demanda. Es fácil observar a la fauna silvestre en las suaves laderas. Merece la pena adentrarse en sus bosques.
Información práctica. Iglesia de Riocavado.
Apertura en verano. Se pueden consultar los horarios en www.archiburgos.es o en el propio Ayuntamiento.
Donde empieza la Sierra
La ganadería ovina y la agricultura han contribuido a modelar el paisaje de Arlanzón, marcado por el río y las ondulaciones suaves que indican el inicio de la Sierra de la Demanda. Ribera y dehesa de roble son sus grandes atractivos naturales, acompañados de una amplia oferta de servicios turísticos.
Los embalses de Arlanzón y Úzquiza
Ambos embalses se gestionan de forma conjunta. La incorporación de estas dos láminas de agua ha supuesto también una profunda transformación a nivel ecológico y paisajístico. El reflejo de la sierra en sus aguas quietas recibe todas las miradas y fotografías de los visitantes.
Pineda de la Sierra
El casco urbano de Pineda de la Sierra es uno de los mejor conservados de todo el territorio. Las casonas son de piedra arenisca roja, algunas son legado de los ricos ganaderos de La Mesta que levantaron en los s. XVII y XVIII.
Altos Hornos de la Sierra
Los minerales del subsuelo constituyen el hilo conductor de las visitas a la Sierra de la Demanda. Las minas de hierro, plomo y cobre eran ya explotadas en tiempo de los romanos, y a finales del s. XIX se extraía plata en la mina de Monterrubio de la Demanda. Durante esos años proliferaron en esta zona las ferrerías, y también se construyeron tres altos hornos donde se fundía el hierro y se transformaba en lingotes. Aún se conservan los restos correspondientes a la ferrería “de Abajo” y la “de Arriba” en Barbadillo de Herreros, y “La Previsora” en Huerta de Arriba, entre los árboles de las riberas del Pedroso y el río Tejero respectivamente. Sus frías aguas eran imprescindibles para fraguar el mineral.
Francisco Grandmontagne
Francisco Grandmontagne Otaegui, periodista, ensayista, novelista y crítico literario de la generación del 98, nacido en Barbadillo de Herreros, recuerda de este modo en sus escritos el regreso de los pastores de Extremadura:
“La bujeta, según definición de la Academia es un pomo de olores y cajita en que se guarda un regalo, en fin, digno de las princesas. Pero Flores, el pastor, no traía esto a la Tanislada, (…). Su regalo era un saquito de bellotas, muy secas y curadas, procedentes de los encinares extremeños, bellotas que servían para hacer no sé qué manjar exquisito. A este humilde presente se aplicaba la palabra con que se califica a un objeto tan señoril y superfluo como la bujeta. Los serranos de Castilla, hijos de los lugares más áridos y pobres de la Península, ponen siempre a las cosas más modestas y pedestres los nombres más pomposos y magníficos. Y el castellano, señor por condición ingénita, levanta y embellece con la imaginación la realidad más misérrima…” *
El Sol, Madrid, 31 de mayo de 1921.
Recogido en Los inmigrantes prósperos.
op. Cit. pp. 95-111.